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TESTIMONIO DE UNA RETORNANTE AWAJÚN: VOLVER A LA COMUNIDAD EN TIEMPOS DE PANDEMIA II

  • Foto do escritor: Cynthia Cárdenas Palacios
    Cynthia Cárdenas Palacios
  • 5 de set. de 2022
  • 9 min de leitura

por Cynthia Cárdenas Palacios

Doutoranda do Programa de Pós-Graduação em Antropologia Social/UFAM


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Foto enviada por Raissa Chamiquit Jintash. Protesta de pobladores awajun, en el distrito de Chiriaco - Amazonas, exigiendo que el gobierno peruano lleve ayuda sanitaria a las comunidades


Al inicio de la pandemia del COVID-19, el gobierno del Perú adoptó el aislamiento social como una de las principales medidas de contención para evitar el contagio masivo de la población y el colapso del precario sistema sanitario nacional. Por ello, durante 3 meses, tuvimos que permanecer en cuarentena. Sin embargo, la desigualdad social existente en el país, la falta de empleo formal y de reconocimiento de derechos laborales, entre otros factores, provocó que muchas personas salieran de sus hogares a trabajar para así generar ingresos económicos. Del mismo modo, muchos migrantes provincianos que vivían en Lima por trabajo o estudios, al no tener dinero para mantenerse en la ciudad, debieron regresar a sus comunidades.


En este contexto pandémico, mientras yo me encontraba en casa relativamente segura, respetando la cuarentena, y hasta postulando a un doctorado; Lleyli, al igual que los demás retornantes - como se conoció a las personas que regresaron a sus lugares de nacimiento o donde estaban viviendo sus familiares -, emprendió su viaje de retorno. Este viaje fue largo y tuvo algunas paradas. Como fue presentado en el ensayo anterior, la primera parada de Lleyli fue en Lima, desde donde después de 15 largos días de espera, partió, por fin, hacia Yutupis, una comunidad en el distrito de Río Santiago, en Amazonas. La segunda parada antes de llegar a su casa, fue en Nieva y en Galilea, donde tuvo que esperar algunos días más. El retorno de Lleyli ha sido un viaje en sentido contrario al viaje, que años atrás, realizó desde su comunidad hacia Lima, motivada por el deseo de convertirse en profesional. Esta vez el deseo de estar segura y protegida la impulsó a dejar la ciudad.


El retorno de Lleyli estuvo plagado de imprevistos y aventuras, que hoy ella recuerda en medio de risas, pero que, en su momento, implicó ciertos riesgos. Pese a ser una retornante oficial, es decir, su traslado estuvo a cargo de la Municipalidad de Condorcanqui; ella no sabía si podría llegar hasta su comunidad. En medio del camino, junto con sus compañeros de viaje, tuvo que sortear la des-coordinación entre las instancias gubernamentales que regulaban el transito de las personas y el temor de la gente a contagiarse. Aunque los awajún autorizaron el ingreso de sus parientes a las comunidades, cuando llegaban a un punto de control o debían cambiar de transporte, estos temores afloraban. Con todo, Lleyli pudo llegar a Yutupis y reencontrarse con sus padres.



El Retorno a Amazonas


El viaje por la carretera hasta Nieva


Al día siguiente de sacarnos la prueba, llegó a Huampaní el bus de la empresa CIVA. Ahí nos subieron a todos los que salimos negativo. Cuando entramos, estaba un poco nerviosa, pero el viaje fue tranquilo y, al día siguiente, como a las ocho de la mañana, llegamos a Bagua. Recuerdo que entramos al coliseo de Bagua. Ahí nos recepcionaron, porque era donde estaba gestionada nuestra llegada y estuvimos esperando hasta que venga el transporte para irnos a Nieva.


Esperamos varias horas. Ahí nos dieron el desayuno y el almuerzo, pero hacía mucho calor. Es que en Bagua hace bastante calor, pero, ni modo, teníamos que quedarnos ahí esperando. Ni siquiera podíamos salir a comprar agua, porque el refresco que nos traían era caliente y debíamos tomar eso nada más. Así estuvimos hasta casi las tres o cuatro de la tarde que llegó la camioneta 4x4. Ahí nos subimos y nos llevaron hasta Nieva. Como la carretera estaba bien llegamos a eso de las once de la noche, pero no había gente, nadie estaba esperándonos, nadie estaba ahí para recibirnos y no sabíamos bien a dónde ir. Como en ese tiempo todavía no había COVID en Nieva, cuando llegaban personas de la ciudad, temían de que lleváramos el COVID.


Era para quedarnos en un hotel que el alcalde de la provincia de Condorcanqui había facilitado para los que regresábamos; pero no conocíamos el hotel y eran las once de la noche: no se podía llamar a nadie. El gerente que trabajaba con el alcalde estaba en Juan Velasco. Él no podía cruzar el río y venir a Nieva porque todo estaba cerrado a esa hora y los que estaban cuidando solo nos decían: “Váyanse a su hospedaje de Naty”. Fuimos al hospedaje, pero la señora tenía miedo y no nos quería atender. Llegaron las doce de la noche y nada. Teníamos sueño, pero no había opción de a dónde ir. En los colegios, también, las personas tenían miedo. Cuando te veían, te preguntaban: “¿Ustedes de dónde llegan?”. Cuando decíamos: “De Lima”, más se asustaban porque en Lima ya había el COVID. En Nieva todavía no llegaba, por eso, tenían miedo. Recuerdo que, un poco alejándose de nosotros, nos decían: “Uhm de Lima… No está permitido andar a esta hora por acá”. Nosotros le respondíamos: “Tenemos papeles. Estamos permitidos de estar acá. Solo queremos ir a un lugar para dormir. Hemos viajado muchas horas y tenemos sueño”, pero nada. La única respuesta era: “No sé. No estén aquí porque, después, llega la patrulla, los lleva y no sé…”, así nos advertían pues. Y nosotros: “¿Ahora qué hacemos?” Como no había otra opción, fuimos con mi hermano al puerto. Nos quedamos ahí sentados conversando, hasta que amaneció. No dormimos esa noche.


Cuando ya amaneció, el gerente de la alcaldía se contactó con nosotros y llegó al puerto. Nos dio comida y conversamos un poco sobre como sería nuestro viaje hasta Río Santiago. Es ahí donde yo decido conectarme con la pareja de mi hermana que vivía en Nieva. Como yo me quería duchar -es que me sentía bien incómoda porque no me había duchado desde Lima- llamé a mi cuñado y le dije: “Quiero irme a tu cuarto a bañarme”. Mi cuñado me respondió: “Bueno, entonces, vente aquí a ducharte”. Yo me fui con mi hermano a su cuarto, nos duchamos, le agradecí y salí de nuevo, porque hasta comida nos dieron. Volvimos rápido con mi hermano, como andábamos en grupo, no nos podíamos separar. Llegamos de nuevo donde estaban todos. Eran como las doce del día y los responsables nos llevaron a Juan Velasco Alvarado, al hospital, para que nos saquen la prueba de COVID.


Como todos los que viajábamos salimos negativos, las autoridades nos dieron el papel con nuestros resultados y nos dijeron: “Mañana ya se van a ir”. Como ya teníamos hospedaje, porque ellos nos habían ubicado en ese sitio, ahí nos quedamos, esperando en el hotel hasta que nos recojan. Al día siguiente, fuimos al puerto y ahí estaba la embarcación que nos llevaría por el río hasta Galilea. Nos revisaron nuestros papeles. Como todo estaba normal, nos fuimos sin problemas.


Llegando a Galilea, en el río Santiago


Estábamos viajando por el río Marañón. Todo estaba tranquilo hasta que llegamos a la base militar Pinglo, ya para entrar al río Santiago. Ahí casi siempre revisan papeles y nos pararon. Yo estaba tranquila, pero, en eso, no nos dejaban avanzar. El vigilante de los militares bien fuerte dijo: “Si ustedes se van, yo voy a disparar. Tienen que regresarse a Nieva”. Un señor, que ya estaba bien molesto, se puso a discutir con el vigilante: “Yo me quiero ir. Nosotros tenemos papeles.” Como no se callaba, el vigilante pensó que no íbamos hacerle caso y empezó a disparar. Yo de miedo me puse a gritar: “¡Ay! ¡Dios mío hay que regresarnos!”, pero el señor no quería, hablaba y hablaba: “No nos vamos a ir”. El problema había sido que nosotros si teníamos la prueba negativa y el permiso de andar; pero el chofer de la chalupa no tenía su papel porque su permiso había vencido. Ese fue el problema. Ni modo, tuvimos que regresar a Nieva.


Llegamos de vuelta a las seis de la tarde a Nieva. Yo me quería morir y me he puesto a llorar nada más. Ahí de nuevo hable con mi cuñado y le comenté que había regresado, y él me dijo que me quede tranquila y vino a recogerme para llevarme a su casa a ducharme. El gerente que estaba con nosotros me dio permiso, pero tuve que volver rápido y quedarme en el mismo hospedaje del día anterior. Ese día arreglaron todos los papeles para poder salir de nuevo al día siguiente.


Muy temprano volvimos al puerto y partimos nuevamente. Esta vez pasamos sin problemas Pinglo porque todo estaba en regla. Cuando ya íbamos a llegar a Yutupis, como está antes de llegar a Galilea, yo quería que me dejen ahí, pero no estaba permitido. Como yo no sabía de esa prohibición, triste me he puesto porque todavía no iba poder ver a mi papá y a mi mamá. Llegamos a Galilea, pero también los señores con temor estaban y no querían aceptarnos así nada más. A todo el grupo nos han preguntado: “¿De dónde llegan?”. “De Lima”. “¡Ah! Ellos están trayendo la enfermedad” empezaban a gritar. No nos dejaban entrar. Daba miedo y había policías defendiéndonos a nosotros, pero también nos decían: “Ustedes se van a quedar acá. Siete días van a estar sin salir de la casa donde los vamos a colocar”. “Pero nosotros estamos viniendo desde Lima, hemos estado quince días allá, hemos sacado la prueba del COVID, en Bagua, en Nieva y nos salió negativo”; pero no nos permitían irnos a nuestras casas. Bien tercos estaban y no pudimos convencerlos.


Como ya se hizo de noche, nos han llevado al colegio; pero, como todas las camas estaban ocupadas por personas que habían llegado antes, no había espacio para nosotros. Entonces, fuimos a unas casas de yarina y madera, que estaban también en el colegio, pero no en el auditorio. Ahí han juntado las mesas, han puesto encima el colchón, nos han dado nuestro mosquitero y nos han acomodado a las chicas como sea. Éramos cuatro chicas, pero una tenía hijo y pareja, así que la colocaron aparte. En esa casa nos quedamos tres chicas: dos wampis y yo, que era awajún.


Como mis papás me estaban esperando en mi casa, le he llamado a mi papá para avisarle que me iba a quedar siete días más en Galilea. Le he contado todo de lo que había pasado, y él comprendió. Solo me dijo que espere nomás, que rápido se irían los días y le pedí que venga a llevar mis cosas. Al día siguiente, mi papá llegó. Yo quería correr y abrazarlo, pero no me permitían: “No, tu tienes que estar lejos de la gente”. No se cuántos metros me decían. Exageraban también. Dejé mis cosas a un lado y, al rato, veo a mi papá recogiéndolas. Me quedé triste. En esa casa comía y buscaba con qué entretenerme. Como no había agua, nos traían agua en paquete para tomar y agua del río para bañarnos. Así han pasado los siete días. En ese lugar estuvimos bastante awajún y wampis, hasta que llegó el doctor, y nos sacó de nuevo prueba de COVID. Salimos negativo y ahí, recién, pude regresar a mi pueblo.


Yutupis


Me fui en un bote pequeño de Galilea a Yutupis. Cuando vi el puerto de mi comunidad, me emocioné bastante. Por fin estaba en mi casa con mi papá y mi mamá, que en ese tiempo todavía estaba viva. Hemos estado unos tiempos tranquilos compartiendo en familia, porque todavía el COVID no llegaba por esos lugares. En eso, hemos empezado a escuchar que en otras comunidades ha empezado una gripe fuerte y varias personas se estaban enfermando; que ya había muchos casos y que las personas estaban bien graves. Y ahí se empezaron a escuchar de las muertes de varios awajún. En mi comunidad, murió uno de los fundadores por está enfermedad, así se escuchaba de otras personas importantes para el pueblo que estaban muriendo.


Cuando yo llegue a mi comunidad, todos estaban tranquilos, no se usaba mascarillas ni estaban alejados. Me contaron que, primero, los militares estuvieron a cargo del control. Nadie podía salir de sus casas, pero, como era extremo el control y ya estaban exagerando, la comunidad decidió que las rondas se harían cargo de vigilar todo y los militares se fueron. Pero, como se veía casos, ya no se controlaba y todo el mundo andaba haciendo sus cosas normales, hasta que todos empezaron a enfermarse, bien feo fue ese momento.


Mi papá también se puso bien mal. Nunca le sacamos la prueba, como todavía no llegaba a la comunidad ni había medicamentos para esa enfermedad. Mi papá bien grave se puso. Tenía fiebre, tenía gripe, en la cama nada más. Bien preocupada estuve, cuidándolo, nada más, sin saber qué tenía. Nunca se supo qué enfermedad le agarró. Fuimos a la posta y los enfermeros nos indicaban qué pastilla darle, pero no decían qué enfermedad era. Le dimos las pastillas que nos indicaron. También, temprano, le dábamos algo caliente. Le dábamos limón con miel para que le limpie la garganta porque tosía mucho. Así pasamos su enfermedad con plantas y pastillas.


Un tiempo se escucharon noticias de las comunidades que se enfermaban, de las muertes; pero, después, todo se tranquilizó. Ya no se escuchaba sobre estos casos y seguimos con nuestras actividades. Yo me quedé un tiempo más en la comunidad cuidando a mi mamá que estaba mal. Tenía una enfermedad grave y murió a los 47 años. Al poco tiempo, volví a irme para seguir estudiando y llegué hasta Iquitos.


 
 
 

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